sábado, 4 de noviembre de 2017



Nuestra generación ha sido testigo de una gran agitación social. Parte del legado de los años sesenta ha sido el abandono de todos los principios morales absolutos. Como ocurre con cualquier otra tendencia perjudicial, lo que ocurre en la sociedad en general también contamina a la iglesia que profesa creer en Jesucristo. Mientras que los cristianos protestantes piadosos han venido creyendo, durante siglos, que la ley de Dios y sus mandamientos tenían una gran importancia en su vida y su conducta, ahora se ha difundido la opinión entre los cristianos evangélicos de que éste ya no es el caso. Aquellos que profesan ser cristianos citan alegremente, y a la ligera, textos como Romanos 6:14: «Porque el pecado no tendrá dominio sobre vosotros, pues no estáis bajo la ley sino bajo la gracia» ¡e imaginan que no tienen que volver a preocuparse jamás por los «No debes»!
Esas personas emancipadas y progresistas desprecian, se burlan o sencillamente ignoran la ley que David, Cristo y Pablo declararon amar. David dijo que una de las marcas del hombre piadoso es que «en la ley del Señor está su deleite, y en su ley medita de día y de noche» (Salmo 1:2). Alguien podría decir: «¡Pero esta es la actitud de un santo del Antiguo Testamento!». Es verdad, pero también es la actitud del mismísimo Señor Jesús. Si leemos toda nuestra Biblia, descubriremos que las palabras de David en el Salmo 40:8: «Me deleito en hacer tu voluntad, Dios mío; tu ley está dentro de mi corazón», no representaban solamente los sentimientos de David, sino que se hacían eco de lo que había en el corazón del Mesías (cf. Hebreos 10:5-7). Pablo dijo que se deleitaba en el hombre interior con la ley de Dios (Romanos 7:22). Mientras muchos dicen hoy en día que la ley es inútil, negativa y perjudicial, Pablo dijo que es «santa, justa y buena» (Romanos 7:12).

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